Cartagena
Cartagena recibe una importante porción del turismo internacional que llega a Colombia. Sus caballos son víctimas del negocio que ayudan a sostener.

 

Mientras un toro moría “acribillado” por un alanceamiento sistemático en Tordesillas, un caballo moría desvanecido en las calles de Cartagena después de una larga jornada de trabajo. Transcurrían los primeros días de septiembre del 2014 y en menos de 15 días, ocurría lo uno y lo otro, en un hemisferio y en el otro. 

La primera vez que asistí a una corrida de toros (sí, lo hice), tenía la tierna edad de 18 años. Además de mis 18, tenía un novio al que adoraba y fue él quien me llevó a presenciar el primer acto de barbarie al que asistí personalmente en mi vida. Y no estoy diciendo que la responsabilidad es de él, yo, en buen uso de mis sentidos enamorados, acepté la cruel invitación.

En aquella ocasión, al ver el maltrato al que era sometido el toro, lloré sin consuelo ante la mirada incomprensible de mi pareja, quien no sabía qué hacer: si dar rienda suelta a su amor por la fiesta brava o a su amor por mí.

Pasaron 3 años y nunca más volví a una corrida de toros, pero al estar realizando mi pasantía en Pamplona, España, tuve la fortuna o des fortuna, hasta ahora no lo sé, de coincidir con San Fermín. Tenía 21 años y buscaba pasarla bien, disfrutar y eso sí, conocer la cultura del país.

Por eso no dudé en hacer parte del medieval espectáculo cuando me invitaron a la fiesta desaforada de San Fermín y al encierro que tiene lugar cuando finaliza el recorrido de los toros que durante cientos de kilómetros persiguen a propios y extraños.

Extraños, sobre todo extraños. Aquellos turistas que, como yo, sólo querían vivir la vida y disfrutar de aquello de lo que mis queridos pamplonicas se sienten tan orgullosos: El San Fermín.

Esa fue la segunda vez que presencié tal barbarie en persona, aunque allí las heridas dejadas por aquella primera vez se desvanecieron gracias a que los toros no eran “maltratados” en el ruedo, “sólo” provocados y burlados.

Segunda y última vez. Nunca más tuve que ser cómplice del maltrato para disfrutar la vida ni para conocer la cultura de un país. Ni en mis visitas a Nueva York ni en mis visitas a Cartagena he tenido la mínima intención de montar en las carrozas tiradas por caballos.

¿Qué hace que un destino sea responsable con los animales y su entorno? Nosotros. Los consumidores, los que pagamos, estamos llamados a ejercer una presión social y económica para retirar nuestro apoyo a una ciudad que se aprovecha de los animales, explotándolos, burlándonos y maltratándolos para competir como destino.

Pamplona, por ejemplo, es mundialmente famosa por el San Fermín, pero doy fe de lo hermosas de sus calles, arquitectura, gente y sobre todo, la Universidad de Navarra, esa joya arquitectónica y académica que con tanta gratitud recuerdo.

Trabajé 6 años en el sector turismo y esta industria no necesita de este tipo de artilugios para crecer. Todo lo contrario. Un destino con conciencia social y ambiental entra a competir con mejores condiciones frente a aquellos que no lo hacen porque envían un mensaje elocuente y transparente al mercado. Ya no somos los del siglo pasado, ya no tragamos entero.

Así las cosas, Cartagena entra en la lista de destinos vetados en mi lista personal, como lo son ahora Pamplona (sólo en San Fermín) y Tordesillas.

Con Cartagena no han valido ni la gestión de las organizaciones defensoras de animales ni la Procuraduría ni el llamado que hizo el Concejo de Medellín invitando a los turistas a no usar los caballos cocheros de esta ciudad.

Entonces, Cartagena, a ti agradezco haber podido cumplir el sueño de conocer el mar con mi perro Lucho y  de ti me despido hasta que tu alcalde y tus autoridades protejan y defiendan la vida de los caballos cocheros.

Me uno entonces a la campaña turística “No pares en Tordesillas”, impulsada por el escritor Pérez-Reverte y podríamos impulsar la campaña “No pares en Cartagena”, porque definitivamente Cartagena tiene mucho qué agradecer a sus explotados caballos y poco o nada ha hecho para cuidarlos y protegerlos.

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